Hoy, permanece digno el palestino dondequiera que esté. Sea vivo o muerto. Y aquellos que lo abandonaron, indignos permanecerán, sean vivos o muertos.

Articulo de Said Kahlout / Gaza

Mi nombre es Said Mohammad Kahlout. Estoy casado y tengo cuatro hijos. Tengo un postgrado en Salud Mental y amo mi trabajo, e incluso lo practico como hobby. También soy escritor. Escribo artículos y relatos cortos. He publicado libros. Participé en ferias internacionales del libro y mis cuentos han viajado a diferentes capitales. He escrito decenas de artículos que se han publicado en diversos sitios web. Pueden buscarlos. Estoy orgulloso de ser miembro de la Unión General de Escritores y Autores Palestinos.

Me encanta la fotografía y recientemente participé en una exposición fotográfica en Londres con fotografías de la vida cotidiana en la Gaza asediada.

Tengo una hermosa casa de 200 metros cuadrados; cuidé mucho los detalles de su construcción, en su interior hay una biblioteca que contiene 878 libros, memorizo ​​sus nombres tal como memorizo ​​los nombres de mis hijos. Los libros están dispersos, pero mi mano puede alcanzar cualquiera de ellos si lo necesito, incluso en la oscuridad.

El 10 de octubre, tercer día de la guerra, mi vida dio un vuelco.

Los aviones de combate destruyeron la casa y la convirtieron en escombros, y mis libros se perdieron entre la piedra y el hierro. Mi familia y yo nos quedamos sin hogar, buscando un refugio para proteger nuestros cuerpos y sueños de la metralla del bombardeo.

Me separaron de mi familia extendida y la guerra cortó las comunicaciones con ellos. Ahora, después de más de sesenta días de guerra, vuelvo a vivir la experiencia de ser refugiado que vivieron mis antepasados ​​hace setenta y seis años, y me he inscrito en una escuela para personas desplazadas.

Después del rezo del alba, marcho en la oscuridad donde los perros callejeros nos ladran y el frío nos muerde. Llevo grandes contenedores en la mano y me dirijo a la estación de agua. Hago una fila muy larga en la que el primer hombre dice que ha estado aquí desde la medianoche de ayer. Después de dos horas, consigo aproximadamente 32 litros de agua, cargo los contenedores con mis propias manos y regreso jadeando a mi lugar de refugio después de recorrer una distancia de más de un kilómetro.

Me lavo la cara con un vaso pequeño de agua y doy instrucciones estrictas a mi familia de conservar cada gota para que haya suficiente para beber, cocinar e higiene para el día siguiente. Luego enciendo la costosa leña y preparo té después de terminar el café, tomo té y desayuno; luego voy a trabajar a la clínica de salud mental del barrio al que fui desplazado.

A la vuelta puede que haga otras colas para conseguir algo (sal, azúcar, levadura, harina, arroz… y cosas muy sencillas y ridículas que puede hacer cualquier robot del mundo, maldito mundo).

Estos días estoy escribiendo una nueva novela y estoy esperando la publicación de mi nueva colección, “Un cuarto de pan”, en la que documenté la dificultad del ciudadano árabe para obtener los medios de vida, como está sucediendo con nosotros ahora.

Paso la noche bajo bombardeos, escribiendo en papel y leyendo en mi teléfono móvil.

Como dijo Samih Al-Qasim: “No me gusta la muerte, pero no le tengo miedo”.

Temo que algún día tendré que utilizar el papel en el que escribo mi nueva novela para encender un fuego con el que preparo la comida de mis hijos, ya que en la vida hay prioridades que están por encima de otras y la necesidad a veces tiene reglas blasfemas. Olvidé contarles sobre otra larga cola en la que estuve para cargar mi teléfono, solo para regresar seis horas después, a hacer de nuevo la cola para recogerlo. Es posible que lo hayan cargado (68%), en el mejor de los casos, lo que puede no ser suficiente para aguantar el resto de una noche muy, muy, muy larga.

Amo la vida, la escritura, los libros sobre salud mental, la filosofía, la literatura, la historia, las memorias y las autobiografías, y adoro el olor del perfume y del café, que se han vuelto imposibles debido a la guerra.

Antes de la guerra, solía caminar una hora y media todos los días desde casa hasta el mar en compañía de Mahmoud Darwish y Umm Kulthum. Extraño la vida que solía amar y todavía amo, pero la guerra la hizo imposible. Escribo este texto al amanecer del día sesenta y ocho de la masacre para dirigirme al mundo que sigue entretenido detrás de las grandes pantallas, viendo el medidor de muertos que al momento de escribir este testimonio superó la barrera de los 20 mil: No somos números, porque cada uno de nosotros tiene una historia, y cada historia lleva consigo decenas de personajes involucrados en formar su principio, desarrollo y final.

“Sobre esta tierra hay algo que merece vivir”, estas palabras de Mahmoud Darwish están más presentes que nunca.

Hoy, permanece digno el palestino dondequiera que esté. Sea vivo o muerto. Y aquellos que lo abandonaron, indignos permanecerán, sean vivos o muertos.

Traducción: Khaldun Almassri  

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